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8 de noviembre de 2011

La casa en el árbol

Pablo Luis Lerush Trillè, narrador atormentado, dedicó más de una entrevista al recuento de las actividades que poblaron su enrevesada infancia en la localidad de Ranchos (bastión defensivo otrora), entrevistas de donde se extraen éstas notas que nos ocupan. 
Ubica, según puede inducirse de la recopilación de algunos extractos, al ánimo constructivo que redunda en el levantamiento de una casa en un árbol, dentro de los alcances previsibles del arrebato infantil pasajero: «teñido en su núcleo, vale para este caso, de primitiva reminiscencia». 
Entre provinciano y grave, insiste en que la mera consideración de semejante empresa no excede la especulación ordinaria del piberío medio y adjudica su aplicación a la presencia continua de cierto viento lúdico, arcaico, que sopla y fecunda la imaginación alerta de cualquier grupo, haciendo hincapié en que son los bisoños, y más aún los bisoños de pueblos rurales como el suyo, los más inclinados a su identificación y disfrute. La casa en el árbol, opina off the record, es un milagro rústico que dura lo que un suspiro veraniego. Nace, crece y muere en no más de cuatro tardes de sol.
Sobre el proceso de construcción detalla:
Lo primero es buscar la rama adecuada (generalmente un hallazgo azaroso), luego sí, se corre, se comenta, se enumeran en conjunto las exigencias a satisfacer para una bocetada consecución.
Dar con las maderas es el primer obstáculo. Hay quienes se detienen allí. La pileta (o estanque), confiesa, se encuentra globalmente considerada como la primera tentación ineludible.
Luego la construcción en sí, la voluntad resquebrajándose ante la imposibilidad física -y qué decir de la estética!-, el susurro combativo de la ilusión deshilachándose; las debilidades del conjunto, las dimisiones, la realidad desmejorada.
Algunos temerarios -recuerda en voz alta; recita- prueban suerte allá arriba. Saludan, escupen, toman naranjú, suben consigo algunos trastos; casi no se mueven. Los de abajo intuyen el engaño. Dudan de la estabilidad de su obra.
Sospechosamente autoreferencial, se sincera: no más de cuatro tardes al sol y todo ímpetu, agotado.
La herencia del aquel rapto constructivo -aquí declama como poseso, los ojos en alto- se ve desde la galería: Cinco maderas desiguales, inestables, monumento a la inconstancia infantil.
Finaliza, ebrio de remembranza, y aquí textualmente:
«Diez ojos irritados echándole un ojo, esporádicamente, entre salpicones, tiros de bomba y marcopolos. Felices -quizás sabios- ¿Qué importa si nunca se llega a terminarla?»


Ensayos y Entrevistas,  P.L. Lerush Trillè  / 1998

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