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22 de mayo de 2012

Resistir, de Philip Levine*


Verdes dedos
que sujetan la ladera,
la mostaza azotada
por los vientos marinos, una brillante
y encarnada amapola inspirando
y espirando. El aroma
de tierra española llega
hasta mí, amarilleada
con mi propia orina.
A 40 millas de Málaga
a casi medio mundo
de casa, estoy en casa y estoy
en ningún sitio, un hombre que envidia
a la hierba.
Dos bueyes curiosean
uncidos juntos en el verde claro
más abajo. Rechinan sus cencerros. Cuando
caen la oscuridad y la humedad
con el anochecer juntan
sus grandes y lentos cuerpos camino
de los establos.
Si mi espíritu
descendiera ahora, sería
una gaviota extraviada destellando contra
una ascendente ladera, o un ángel
que llorara demasiado fácilmente, o un único
vaso de agua de mar, ya nunca azul
y misteriosa, pero salada todavía.

Philip Levine, From Red Dust, 1971
(Traducción de A. Catalán)

*Extraído del Blog Le Monocle De Mon Oncle, de A. Catalán, a quien se agradece enormemente.

11 de mayo de 2012

Por lo menos así lo veo yo

nos morimos
te digo
como bestias empetroladas
es así y no de otra manera

el mar definitivo nos ensopa
nos golpea
y nos salpica la frente
y una sombra ligera
como rocio
se despeña muda sobre nuestra espalda

un día
me temo
nos entumecemos

hasta tanto
la vida
dulce
como una mancha de nacimiento

2 de mayo de 2012

El turno de Paco Urondo

Historia Antigua
El Ocaso de los Dioses

No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.