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2 de enero de 2013

Por qué no?

Otras vez Bonnefoy. En primer lugar porque lo estoy releyendo. En segundo, porque me gusta transcribir mis poemas favoritos. Teclearlos resulta algo así como estudiarlos de memoria, y de paso, los hago sonar. 


X

La vida, entonces; y de nuevo fue
una casa natal. En torno nuestro
el granero de encima de la casa arruinada,
el juego ligero de sombras en las nubes al alba,
y en nosotros ese olor de la paja seca
que quedaba esperándonos, nos parecía,
desde el último saco subido, trigo o centeno,
en la otra época sin fin de la luz
de los veranos tamizados por las tejas calientes.
Yo presentía que el día iba a apuntar,
me desperté, y aún me estoy volviendo
hacia aquella que a mi lado soñó
en la casa perdida. A su silencio
sean dedicadas, al atardecer,
las palabras que parecen hablar sólo de otra cosa.

(Me desperté,
me gustaban aquellos días que teníamos, días seguros
como va lentamente un río, aunque ya
sumergido en el ruido de bóvedas del mar.
Avanzaban, con la majestad de las cosas sencillas,
las grandes velas de lo que es quería que subiera
la humana vida precaria al barco
que extendía la montaña en torno nuestro.
Oh recuerdo,
ellas cubrían con los restallidos de su silencio
el ruido, de agua en las piedras, de nuestras voces,
y al frente estaría la muerte,
pero de ese color lechoso del final de las playas
por la tarde, cuando los niños
hacen pie, lejos, y ríen en el agua tranquila, y siguen jugando.)

de La casa natal, Yves Bonnefoy
(Las Tablas Curvas, Hiperión)