Me prestaron esta novela de Blaisten, o se la robé a mi viejo. Yo había leído alguno de sus cuentos en Dublin al Sur y un par de ensayos en Cuando éramos felices.
Acá construye una geografía particular, una ciudad calurosa, noches susurrantes, una historia fuera del tiempo.
Un vendedor de camisones que circula por la ciudad está convencido de que uno de sus clientes está siendo influenciado por un desconocido dispuesto a arruinar la literatura para todas las generaciones futuras. Su misión indelegable es eliminarlo (y para eso envuelve veneno en fiel papel manifold y lo vuelca en el café de los sospechosos), pero primero debe descubrir de quién se trata.
Esta tarea encuentra su insólito contrapunto en las voces en la noche, que se burlan de los esfuerzos del vendedor pero que le ordenan categóricamente matar, y la voz de la señora Tokoyama, que le recita haikus y le lee peculiares enseñanzas de un maestro zen.
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“Y tu camino será en la oscuridad y no sabrás con qué tropiezas, y huirás en la noche sin que nadie te persiga y el lobo de los páramos te seguirá con su aullido y las comadrejas del alba te lamerán la oreja, para que nunca duermas, retardado.” Fue lo más auspicioso que le gritaron las voces.
Con las manos en los oídos, ansió la voz de la señora Tokoyama. Entonces, con ese dejo oriental, la señora Tokoyama le recitó un haiku donde un agricultor con un nabo en la mano señalaba a los caminantes que le habían preguntado el camino a tomar.
Después le leyó una enseñanza:
“Dijo el maestro: cuando el mirlo se regodea sobre el manzano, el hombres sabio prepara la honda”
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“Y de ti hablaremos perversidades y pondremos asechanzas, e irás como buey al degolladero y andarás por senderos tenebrosos y tu casa estará inclinada hacia la muerte.” Fue lo más sutil que le gritaron. Hasta que, trémula y precisa, la voz de la señora Tokoyama le recitó un haiku donde había un gorrión sin padres y un hombre que con gestos lo invitaba a jugar con él, pero el gorrión, nada.
Y después le leyó una enseñanza: “Sumido en hondas cavilaciones, pensando en que el sabio nunca se considera grande y así perpetúa su grandeza, el maestro se desvió de la caravana. Sentados en la posición del loto, sus discípulos aún lo esperan.”
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