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23 de julio de 2012

Cómo decir poesía








Por Leonard Cohen
Por ejemplo la palabra “mariposa”. Para usar esta palabra no hace falta aligerar la voz, ni dotarla de pequeñas alas empolvadas, ni inventar un día soleado o un campo de narcisos, ni estar enamorado, ni estar enamorado de las mariposas. La palabra “mariposa” no es una mariposa de verdad. Está la palabra y está la mariposa. La gente tendrá todo el derecho a reírse de ti si confundes estos dos conceptos. No le des tanta importancia a la palabra. ¿Qué quieres transmitir, que amas a las mariposas con más perfección que nadie o que entiendes realmente su naturaleza? La palabra “mariposa” no es más que un dato. No te da pie a revolotear, elevarte, proteger las flores, simbolizar la belleza y la fragilidad o interpretar de alguna forma a una mariposa. No representes las palabras. No representes nunca las palabras. No intentes nunca despegar del suelo cuando hables de volar, ni gires la cabeza y cierres los ojos cuando hables de la muerte. No me mires con ojos ardientes cuando hables del amor. Si quieres impresionarme al hablar del amor, métete la mano en el bolsillo o debajo del vestido y acaríciate. Si tu ambición y tu hambre de aplausos te han llevado a hablar del amor, debes aprender a hacerlo sin desacreditarte a ti mismo ni lo que dices.
¿Qué expresión podría definir a nuestra época? Nuestra época no tolera expresión alguna. Todos hemos visto fotografías de madres asiáticas desoladas, así que no nos interesa la agonía de tus órganos achacosos. Nada de lo que puedas expresar con tu cara tiene parangón con el horror de nuestro tiempo. No lo intentes siquiera. Sólo merecerías el desprecio de los que han sido tocados en lo más hondo. Todos hemos visto noticieros con seres humanos embargados por el dolor y la desazón. Todos sabemos que comes como Dios manda y que hasta te pagan para que te subas a un escenario. Estás tocando para gente que ha vivido catástrofes, así que tranquilízate. Di las palabras, transmite los datos y hazte a un lado. Todos sabemos que sufres. No puedes contarle al público todo lo que sabes del amor en cada verso de amor que digas. Hazte a un lado: la gente sabrá lo que tú sabes porque ya lo sabía. No tienes nada que enseñarles. No eres más hermoso que ellos. Ni más sabio. No les grites. No fuerces una entrada en seco. Eso es sexo mal practicado. Si muestras el contorno de tus genitales, entrega lo que prometes. Y recuerda que, en el fondo, la gente no quiere acróbatas en la cama. ¿Qué necesitamos? Estar cerca del hombre natural, estar cerca de la mujer natural. No quieras ser un cantante venerado por un público numeroso y leal que desde siempre ha seguido los altibajos de tu carrera. Las bombas, lanzallamas y demás mierdas han destruido algo más que árboles y poblados. También han destruido los escenarios. ¿Acaso creías que tu profesión iba a escapar de la destrucción general? Ya no hay escenarios. Ya no hay candilejas. Estás entre la gente, por lo tanto sé modesto. Di las palabras, transmite los datos y hazte a un lado. Quédate solo. Quédate en tu habitación. No montes un número.
Se trata de un paisaje interior. Está dentro y es privado. Respeta la intimidad de tus textos, pues fueron escritos en silencio. La valentía de la interpretación es decirlos. La disciplina de la interpretación es no violarlos. Deja que el público sienta tu amor por la intimidad aunque ésta no exista. Sé una buena puta. El poema no es un slogan. No puede promocionarte. No puede fomentar tu reputación de sensible. No eres un semental. No eres un ladrón de corazones. Tanto gangster del amor y tanta tontería. Eres un estudiante de disciplina. No representes las palabras. Las palabras mueren cuando las representas, se marchitan, y no nos queda más que tu ambición.
Di las palabras con la precisión exacta con que comprobarías la ropa de tu colada. No te conmuevas con una blusa de encaje. Unas braguitas no tienen por qué ponértela dura. No tiembles al ver una toalla. Las sábanas no han de dibujar una expresión de ensueño alrededor de tus ojos. No hace falta que llores en el pañuelo. Los calcetines no están ahí para evocarte extraños y lejanos viajes. No es más que tu colada. No es más que tu ropa. No seas un mirón escudriñando a través de ella. Limítate a llevarla puesta.
El poema es mera información. Es la Constitución de la patria interna. Si lo declamas y lo hinchas con nobles intenciones, no eres mejor que esos políticos que tanto desprecias. No haces más que agitar una bandera y llamar patéticamente a la patriotería emocional. Piensa en las palabras como ciencia, no como arte. Son un informe. Es como si dieras una conferencia en la Federación de Montañismo. Las personas que te escuchan conocen todos los riesgos de la escalada, y te honran dando por sentado que lo sabes. Si se los pasas por la cara, estás insultando la hospitalidad que te ofrecen. Infórmales de la altitud de la montaña, describe el equipo que utilizaste, especifica el tipo de superficie y fija el tiempo que duró la escalada. No busques dejar al público boquiabierto. Si el público se queda boquiabierto, no será debido a tu apreciación de los hechos, sino a la suya. Tu mérito estará en la estadística y no en las inflexiones de tu voz ni en los ademanes enérgicos de tus manos. Estará en los datos y en la tranquila organización de tu presencia.
Evita las fiorituras. No temas ser débil. No te avergüences de estar cansado. Tienes buen aspecto cuando estás cansado. Parece como si pudieras seguir y seguir sin parar. Y ahora ven a mis brazos. Eres la imagen de mi belleza.
(Publicación de Radar, Página12)

5 de julio de 2012

Carta de amor a Amy Winehouse, por Julio Barriga

Fueron años de abandonar el alimento del alma y preferir el silencio hasta que no hace mucho escuché (luego vi) a Amy Winehouse y sentí literalmente que algo me atravesaba como una lanza. La metáfora no es mía sino del poeta irlandés W.B. Yeats quien la aplica a definir el verdadero amor… ¿o la poesía? No me acuerdo…

Ella es una joven cantante inglesa más corrida que gallina entrerriana. De una vasta y devastadora carrera desde los trece años. Chupar y trompearse en los pubs aún le deja tiempo para ser excelente guitarrista e inspirada compositora. Lo suyo es el soul. Mezcla de jazz y blues en distintas proporciones. También hace reggaes con aire de calipso y otros géneros tropicales, baladas de rock como en los 60’s. Todo esto acompañado de unas letras aquejadas de Síndrome de Tourette, para decirlo suave. (Obscenidad, violencia, sexo explícito, etc). Amy en la matrix es famosa más por sus inconductas y excesos que por su arte, de los que se sirve en su obra con sorprendente y nunca pasteurizada sinceridad: (“Adiccted”, “Rehab”, y… ¡vade retro! “Fuck my pumps”). Back to black es hasta ahora su álbum emblemático en más de una acepción: cultural, musical, moral).

Para ella cantar es connatural a respirar, nunca se detiene a tomar aire. Aun afónica y engripada hasta el hueso alcanza raros clímax en la canción no elevando la voz sino bajándola, hasta casi apagarla, como el susurro de un gato aplastado por un armario. Perfección en el desfallecimiento. Desgarbada y vacilante, bailando a veces fuera de compás y como si fuera a orinarse; más bella que un clipper cortando una tormenta, ilustra a la perfección el oximorón borgiano de la graciosa (¿elegante?) torpeza y se me revela como un ser de patética belleza, de sublime desamparo, alguien cuya fuerza radica en su fragilidad, su feroz inocencia, su siniestra ternura.

Amy piernas de palillo, ectoplasmática. Ojos siderales de Lilith en una Babilonia informática, sus tatuajes lombrosianos, su frondosa cabellera. Y parece que toda esa inmensidad (cantar seductoramente) le costaría menos que tirarse un pedo, es un pajarito, es un tigre instantáneamente y a voluntad cantando con la perfecta ecuanimidad de las estatuas. Realmente a Amy todo le vale un reverendo carajo.

En Glastonbury (2007) en la total posesión y exaltación de sus dones, es la dueña del circo al que hace evolucionar como a un reloj atómico ante nuestra maravilla. La omnipotencia de su dominio escénico manda a bailar a público y orquesta como perritos amaestrados y… ¡detiene la lluvia!

En Lisboa (Rock n Río, 2008) alcanza un alto grado de sofisticada perfección, patética y desvalida, siempre a pique de caer de sus elevados tacones de Pitufina, cagada hasta las patas, como dicen al sur, tropezando con los altavoces y siempre inclinándose para coger la copa mágicamente llena, es capaz de ponerse a cantar en cuatro pies o comiendo un caramelo. Con ese inquebrantable ánimo hecho moco nos conmueve tanto cuando al gemir “Love is a losing game”, memora alguna(s) perrería(s) de su existencia y el trago se le empieza a salir por los ojos. Así, desjuerzada, resulta un ser de sublime seducción. Mientras tanto los grones se despepitan bailando. Nos previene con ingenuidad perversa de que usa y abusa, que ella no es buena. (You know I am not good). Ya lo sabíamos Amy, así como adquirimos esa álgida verdad desde siempre: las únicas chicas buenas son las malas. En su conducta errática, en su trance sagrado, tiene la capacidad de hacernos creer que es a ti, solamente a ti a quien se dirige.

Para entonces el público está más arrecho que mono colgau del techo. Y los grones del coro saltando y brincando como sapos rociados con sal. En ese aquelarre que es Glastonbury (Isla de Wigth 2007, la única herencia de Woodstock) presenta su homenaje nada más ni nada menos que a Sus Majestades Satánicas. ¡Ningún piojo tuerto!.

Ella es la cantante afónica, la cantanta del pueblo de los ratones de que nos habla Kafka. Hay un momento en que pasa a ser la luz de mi oscuridad. No puede ser más que un ángel travestido con alas de murciélago, un vivo paradigma de la gracia divina. (Es divina porque es demoníaca: Terrible es todo ángel, y sin embargo/ ¿quién entre las legiones celestiales/ me escuchará…? Rilke, 1ra. Elegía). Una artista que resulta ideal para cargarla con todos nuestros karmas, catártica.
Amy nos salva, nos redime destruyéndose a sí misma. Hay algo de morbosa fascinación en ese hermosísimo ser faunesco, bastante fairy que se sacrifica a nuestra vista (y oído) para nuestro deleite, y la elevación de nuestra alma,corazón, zonas vagamente imaginadas bajo esos nombres cantando con los fuelles en el útero. Ella es la más macha de las mujeres, deidad egipcia, la diosa Cocodrilo del Nilo que se devora a todos, y juega fútbol, hace campaneadas con mi corazón.

Necesitamos aferrarnos a un amor desesperado para nutrir nuestra propia desesperación. Intuyo en ella la soledad de las cantantes, como la soledad del corredor de fondo, siempre en feroz competencia consigo misma. La enorme presión de su singularidad, de su unicidad.

También intuyo en esta flaquita divina y autodestructiva, una gigante y poderosa transnacional anónima. Gime, gruñe, suspira, solloza, jadea, se enfurruña, calla… y todo es canto. A la final me parece que canta como si no estuviera cantando. O como dice Hölderlin de Orfeo: Ella ya no está y en su lugar creció un árbol de canto. (*)

Que haya siempre una mujer cantando en el horizonte mientras nos dirigimos a la muerte. Que esa mujer sea Amy.

(Con permiso a El Mundo de Berlín, a quien agradezco)